Se acercan los días en que gracias a las bondades climáticas en nuestro país, y si es que las condiciones sanitarias lo permiten, volverán a desarrollarse múltiples actividades físicas en las cuales la familia se involucra, se integra y disfruta, y más aún los niños y adolescentes volverán a canalizar toda su energía, pasando sin pausa alguna de un deporte a otro, o a entrenar sin parar, o en grandes y extendidas jornadas. Y es así, ese es el espíritu de los y las jóvenes deportistas. Generalmente, dada sus condiciones notables físicas y aptitudes para la actividad física que se les imponga, terminan siendo seleccionados en todos los deportes que existan en el entorno educacional, llamados a todas las competencias organizadas en su nivel de edad y más aún, a veces tan buenos en su rendimiento, que se les impone participación con niños de más edad, y esta realidad se potencia con el orgullo de los padres, quienes adictos a la actividad física o cercanos a sus principios y valores formativos, promueven con gran énfasis que la participación y el compromiso sea total, y se les agradece, se les respeta, ya que no es fácil disponer de tiempo para poder cumplir con cada paso, cada actividad y cada desafío con el que su hijo o hija se comprometa.
Pero es acá, y contrastando con la felicidad de ver crecer al joven deportista, que se debe poner atención a un tipo de lesión muy frecuente en la práctica diaria, y de la mano con estos sobreesfuerzos interminables e inagotables a los cuales se lleva y guía a un cada vez más energético niño.
Muchas veces como padres, fundamentamos las dolencias del niño deportista en que son esperables dolores producto del crecimiento, y quizás el mayor porcentaje de dolor y/o lesiones de ellos sean transitorias, o de bajo impacto, totalmente superables de manera espontánea, y hasta atribuibles a la demanda metabólica impuesta y el vertiginoso ritmo del momento biológico en el que está sumido nuestro futuro campeón o nuestra futura campeona. Pero existe otro porcentaje, que aun cuando es menor, es el más importante, cuando el niño deportista se queja de dolor por sobreuso y que se perpetua, no se modifica totalmente con reposo, o cede al descanso, pero apenas se esfuerza surge con igual intensidad, pasa el tiempo y ahí está, presente; y sin cambiar las dosificaciones deportivas antes descritas, va en aumento o empeora cada vez que es sometido a esfuerzo, cualquiera que este sea. Es por ello que debemos estar atentos a la aparición de algunos patrones que nos pueden conducir a pensar que el dolor está siendo el punto de inflexión o alarma de una lesión que no va respondiendo favorablemente, y es hora de acudir en ayuda o asistencia en salud, el niño debe ser evaluado, el ciclo perjudicial en el cual se encuentra debe romperse lo antes posible, así es, debe ser inmediatamente…


Las lesiones por sobrecarga, ya sea por tracción de los músculos participantes o por compresión mantenida en el esqueleto inmaduro, se expresan con lesiones específicas y se relacionan más que al juego recreativo, a la práctica deportiva repetitiva y los factores que las pueden desencadenar; son cambios sucesivos de terrenos, calzados o equipamiento deportivo inadecuado, alteraciones esqueléticas o posturas inadecuadas ya establecidas, desbalances musculotendinoso importantes (piense en un deportista joven que esfuerza más un lado del cuerpo versus el otro) y errores de la planificación y periodicidad del entrenamiento, todos los cuales son responsabilidad del entorno del deportista y por su edad no atribuible a él. Acá los padres, la familia, entrenadores, preparadores físicos, profesores, etc. tienen mucho que decir, tienen mucho que aportar.


Importante reconocer las zonas donde más prevalentemente o frecuentemente se presentan este tipo de dolencias y afecciones, y su denominación en salud, entre las cuales se cuenta: la rodilla (osgood schlatter y la enfermedad de Sinding Larsen Johansson), el talón (enfermedad de Sever), en el hombro (hombro de las ligas menores) y en la zona externa o lateral del pie (osteocondritis de la base del 5 metatarsiano o enfermedad de Iselin), todas por tracción excesiva de tendones musculares a zonas de transición de esqueletos en desarrollo, y cuyo manejo debe ser altamente guiado y monitorizado por un experto, del cual se esperaría expertice, no solo en traumatología, sino que en niños, lo cual es más complejo de hermanar, pero no imposible de encontrar.
La detección precoz y el control de factores es lo fundamental, para evitar las complicaciones a fracturas por stress o lesiones avulsivas que pueden truncar el continuo desarrollo del historial deportivo que tanta emoción genera en el entorno familiar, y que se ve aún más entristecido por la desmotivación y decepción que provocan estas lesiones en la antaño cara de felicidad del joven en movimiento. El llamado es entonces a no minimizar los dolores de nuestros jóvenes deportistas y a empatizar y comprender que no siempre más es mejor, ya que queda mucho tiempo para seguir mejorando, y más vale perder un tiempo menor en equilibrar la armonía corporal, que batallar más tiempo lidiando entre reposo obligado y deporte con daño asociado.

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